Musa, pues eres
de edad tan tierna,
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
Si un sabio estudia
jurisprudencia,
gasta siete años
en aprenderla;
y en siete días
la Violeta
le embute a un tonto
todas las ciencias;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas. [...]
Goza el caballo
cuadra muy buena,
regalo eterno,
siempre de huelga;
y el pobre burro
anda diez leguas
lleno de hambre,
palos y leña;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
Vemos a un grande
que le molesta
que le estén dando
siempre excelencia;
y si a la esposa
de un vendeesteras
su mercé omito,
no da respuesta;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
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de edad tan tierna,
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
Si un sabio estudia
jurisprudencia,
gasta siete años
en aprenderla;
y en siete días
la Violeta
le embute a un tonto
todas las ciencias;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas. [...]
Goza el caballo
cuadra muy buena,
regalo eterno,
siempre de huelga;
y el pobre burro
anda diez leguas
lleno de hambre,
palos y leña;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
Vemos a un grande
que le molesta
que le estén dando
siempre excelencia;
y si a la esposa
de un vendeesteras
su mercé omito,
no da respuesta;
tú, que no puedes,
llévame a cuestas.
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José Iglesias de la Casa (1748-1791), Poesías, 1793 [pòstum].
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Francisco de Goya (1746-1828), Tú que no puedes, de la sèrie Caprichos, 1799.
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Comentaris sobre el gravat: ¿Quién no dirá que estos caballeros son caballerías? [Manuscrit del Prado]. Las clases útiles de la sociedad llevan todo el peso de ella, ó los verdaderos burros a cuestas [Manus-crit de López de Ayala].
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La filiació entre la letrilla d'Iglesias de la Casa i el capricho de Goya és pràcticament indubtable. Els dos eren amics de Meléndez Valdés i els temes de les dues obres, tot i no ser idèntics, s'assemblen molt. Però de la imatge del "tú que no puedes, llévame a cuestas" hi ha una tercera versió, ben coneguda, tot i que la relació amb les anteriors no està clara. Parlo de Baudelaire, que admirava l'art de Goya de forma lúcida. El 1858, parlant dels Caprichos, el poeta veia en l'artista aragonès el creador del "monstruós versemblant". Chacun sa chimère es va publicar per primera vegada el 1862. Us poso el text i... chacun ses conclusions!
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CHACUN SA CHIMÈRE
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Sous un grand ciel gris, dans une grande plaine poundreuse, sans chemins, sans gazon, sans un chardon, sans une ortie, je rencontrai plusieurs hommes qui marchaient courbés.
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Chacun d'eux portait sur son dos une énorme Chimère, aussi lourde qu'un sac de farine ou de charbon, ou le fourniment d'un fantassin romain.
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Mais la monstrueuse bête n'était pas un poids inerte; au contraire, elle enveloppait et opprimait l'homme de ses muscles élastiques et puissants; elle s'agrafait avec ses deux vastes griffes à la poitrine de sa monture; et sa tête fabuleuse surmontait le front de l'homme, comme un de ces casques horribles par lesquels les anciens guerriers espéraient ajouter à la terreur de l'ennemi.
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Je questionnai l'un de ces hommes, et je lui demandai où ils allaient ainsi. Il me répondit qu'il n'en savait rien, ni lui, ni les autres; mais qu'évidemment ils allaient quelque part, puisqu'ils étaient poussés par un invincible besoin de marcher.
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Chose curieuse à noter: aucun de ces voyageurs n'avait l'air irrité contre la bête féroce suspendue à son cou et collée à son dos; on eût dit qu'il la considérait comme faisant partie de lui-même. Tous ces visages fatigués et sérieux ne témoignaient d'aucun désespoir; sous la coupole spleenétique du ciel, les pieds plongés dans la poussière d'un sol aussi désolé que ce ciel, ils cheminaient avec la physionomie résignée de ceux qui sonst condamnés à espérer toujours.
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Et le cortège passa à côté de moi et s'enfonça dans l'atmosphère de l'horizon, à l'endroit où la surface arrondie de la planète se dérobe à la curiosité du regard humain.
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Et pendant quelques instants je m'obstinai à vouloir comprendre ce mystère; mais bientôt l'irrésistible Indifférence s'abbatit sur moi, et j'en fus plus lourdement accablé qu'ils ne l'étaient eux-mêmes par leurs écrasantes Chimères.
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Charles Baudelaire (1821-1867), Le Spleen de Paris, 1869 [pòstum].
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CADA CUAL, CON SU QUIMERA
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Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.
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Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.
Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.
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Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.
Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.
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Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.
Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.
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Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.
Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.
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Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizon-te, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizon-te, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
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Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quime-ras.
Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quime-ras.
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Traducció d'Enrique Díez-Canedo, 1935.
3 comentaris:
M'he llegit el poema i he mirat el dibuix... no tinc temps de més... vaig a fer la maleta... quan em jubili, em dedicaré a llegir amb calma i de debò totes les teves entrades, Lluís (excepte les de repartiment de papers, hehe).
EM pots enviar la nº 7, doncs? Si ho fas, moltes gràcies.
Bona nit.
Anna
Et corresponc immediatament amb el link. El drac ens té a les seves mans.
(Eh?)
Feia la maleta perquè entre setmana no visc a casa dels pares (i perquè tinc la feina al poble, que si no, no tornaria pas tots els caps de setmana).
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